Ahora que están de moda los vinos atlánticos, y la mitad de ellos poco tienen de eso realmente, hemos querido hacer patria y mostrar una compilación de vinos mediterráneos. Sí, el viejo Mar Mediterráneo, cuna de culturas y todas esas cosas que podría poner aquí sacadas de un documental de romanos en La 2. También podría nombrar un gran frase cuñadista como que «un español tiene más que ver con un griego que con un alemán».
Sea como fuere lo cierto es que hay un innegable denominador común en todo lo que baña este gran mar y que se ve reflejado en los vinos con un compendio de variedades y particularidades. En cierto modo, los vinos de esta cuenca están sufriendo una gran revolución. No sé si un lavado de cara, o una vuelta a unos orígenes que realmente desconocemos, pero las propuestas son innumerables y de gran calidad. Sube al barco que te llevo a conocer 6 vinos mediterráneos que deberías catar lo antes posible.
ITALIA. Sicilia. Tenuta de la Terre Guardiola 2017
Sicilia, la mágica, peliculera y cálida Isla. Más grande de lo que uno se piensa, y donde en verano pega un sol de justicia. Máximas de 30 y muchos, y mínimas de más de 20 grados. No hay respiro. Ni siquiera para el Etna que está casi constantemente en erupción. Esta es precisamente una de claves (que ganas de volver a decirlo): ¡el vulcanismo! Ya sabéis, suelos de origen volcánico que marcarán los vinos.
Tenuta delle Terre Nere (el nombre ya lo dice todo) y una de sus mejores cuvees, Guardiola 2017, con variedades autóctonas de la isla como Nerello Mascalese y Nerello Cappuccio corresponde a una parcela única, entre 900 y 1000 metros de altitud, en el pueblo de Castiglione de Sicilia. El suelo llega incluso a tener ceniza. Es un vino con toda la pureza de la isla, madurez controlada, tanino apretado, austero en muchos momentos. Un vino para iniciados locos. Misterioso pero mágico al mismo tiempo. Lo suyo es esperarlo al menos 5 años. Pero el ansia es lo que tiene.
FRANCIA. Ródano. Chateauneuf du Pape. Domaine Feraud 2016.
Nos pasamos ahora a la vecina Francia y una de las denominaciones que más ha subido en las últimas décadas: Chateauneuf du Pape. Larga historia la de esta región asociada a los Papas. Con clima claramente mediterráneo corresponde a la parte sur de una de las grandes zonas del mundo en vinos tintos, el Ródano. Muy interesante, y evidente al mismo tiempo, es como la influencia mediterránea se va perdiendo según vamos remontando el cauce del rió, como los salmones. Esto no solo ocurre a nivel climático, sino también a nivel de variedades. Si en la zona que nos ocupa tenemos una amalgama de variedades como garnacha, syrah, mouvedre (nuestra monastrell), cariñena….etc, al llegar a la parte más norte del rio, la syrah se apropia casi totalmente de los vinos tintos. La razón vuelve a ser obvia: el resto de variedades necesitan de ese calor y clima templado para poder madurar correctamente.
Interesante es el trato que reciben las garnachas aquí, uva eminentemente española por excelencia y que los vecinos tratan de forma envidiable intentando controlar los excesos a los que puede llegar la variedad con una sobremaduración. No en vano, uno de las mejores garnachas del mundo, la hacen los señores de Chateau Rayas. Y abro paréntesis editorial: no estoy diciendo que todas las garnachas gabachas sean increíbles, ni que todas las españolas sean una mierda. Pero sí que es significativo, y nos lleva a la reflexión de como a pesar de ser los «propietarios» de esta variedad hemos tenido que fijarnos en los vinos franceses para hacer los nuestros mejores. En fin, dejo el debate para Twitter.
Precisamente Domaine Feraud se encuentra muy cerquita de Chateau Rayas, pero todavía no se les han pegado los precios. Con suelos de arcilla y arena este Chateauneuf du Pape contiene un 90% de garnacha, un 5% mouvedre, y un 5% syrah. Y como no podía ser de otra manera es vinificado con racimo entero para intentar ganar frescura además de en tanques de cemento. Finalmente se cría en grandes fudres durante 18 meses.
Fino, carnoso, con un punto de calidez, de fruta roja madura pero buscando ser esbelto en boca. Muy gustoso en todo caso. Un gran ejemplo de las garnachas mediterráneas de este denominación.
FRANCIA. Provenza. Bandol. Domaine Tempier, Classique, 2014.
Otra de las zonas míticas del espectro mediterráneo es la Provenza, cómo no. Hasta Russell Crowe se marcó una película wineloverista (aunque poco cinéfila, la verdad) donde un tipo de Wall Street se lo flipa, se enamora y se vuelve un ser de luz en la Provenza. Esos paisajes bucólicos llenos de lavanda te pueden convencer de todo, y si está Marion Cotillard de por medio más aún. Y si le pones una botella de rosado al tiburón de Nueva York ya ni te cuento…
Pero a lo que vamos, nuestro Mediterráneo (notad que todavía he resistido a chistes fáciles y frases manidas: «mediterraneamente», «nací en el Mediterraneo», etc) Porque me quiero acercar más al mar, a ese paisaje de agua salada y pinos. Me voy al puerto de Bandol. Localizada al este de la costa de Marsella y donde domina, de nuevo, una variedad muy española, la monastrell. Pequeñas lomas y terrazas en orientación sur siguiendo la mirada del rey Sol. Suelo arcillo calcáreo como en muchas grandes zonas. Y un Domaine mítico, Tempier. Posiblemente la cumbre de esta variedad. Sorprendente. Frutales en su juventud, pero con una capacidad de guarda fascinante dando lugar a aromas terciarios de alta alcurnia. Cuero y tierra.
Este vino es el básico de la bodega, y suele llevar entre un 70% y 75% de monastrell de diferentes parcelas. La acompañan la garnacha y cinsault para aportar fruta y cuerpo, la primera, y balance y acidez la segunda. Ya no es que esté bueno el vino siendo monastrell, sino que con esta variedad han conseguido un vino de categoría mundial. Atómico.
ITALIA. Toscana. Pian del Ciampolo 2016.
Otro de los parajes míticos que representan los vinos mediterráneos como nadie es sin duda la Toscana. Explotada comercial, y vinícolamente, hasta la extenuación, seguramente sea una de las regiones mediterráneas donde más interese separar el grano de la paja. Por favor, descartamos automáticamente las infamias en forma de botella en cestito de mimbre. No hagáis el ridículo.
El tamaño de la Toscana, y sus diferentes subzonas, seguramente sea lo suficientemente grande como para hablar de forma generalista y no caer en el error, pero tampoco nos vamos a volver locos y entremos en materia con este vino y esta casa habiendo separado como decía el grano de la paja. Montevertine, en el maravilloso pueblo de Radda, a mitad de camino entre Florencia y Siena, embotellan fuera de la DO como IGP Rosso di Toscana. Eso le pone siempre al wineloverismo.
Usan, como no podía ser de otra manera, la variedad por excelencia de la región, la Sangiovese, que en esta zona también es conocida como Sangioveto. Además, en busca de la máxima expresión, cultivan también Canaiolo y Colorino. Minoritarias ellas y casi en estado de desaparición (lo habitual es que los vinos sean 100% Sangiovese) 18 hectareas de terreno entre olivos y bosques. Suelo calizo, algo pedregoso, y con la arcilla arenosa allí llamada “alberese” sobre la marga desmenuzada de color azulada, típica de esta región conocida como «galestro».
El vino que traemos es el básico de la bodega. No para ahorraros pasta (será por dinero), sino porque es el que antes está preparado para su consumo. Pian del Ciampolo 2016. Fermenta en cemento durante tres semanas y luego tiene una crianza de un año en bota grande de roble de Eslavonia. Un vino de trago largo, con cerezas a gogó, terroso y un poco herbaceo, con una frescura sublime. Fluye y fluye sin parar.
ESPAÑA. Priorat. Porrera Vi de Vila de Vall Llach 2016
Uno de mis primeros viajes vitivinícolas fue al Priorat. En pleno verano, con un calor de justicia durante el día y donde casi me despeño con el coche por su carreteras (esto ya lo contaré en mis memorias).
Flipé. Impresionante paisaje, puro mediterráneo, con sus características terrazas que parecen dibujadas por la mano de Dios. No en vano está declarada como una de las zonas de España de viticultura heroica. Con su suelo típico de pizarra que ellos llaman licorella. Es impresionante ver, o mejor dicho imaginar, cómo la raíces pueden penetrar literalmente en la roca.
Uno de sus pueblos es Porrera, y Vall Llach, quizás, su bodega estrella, la cual elabora una de las mejores cariñenas del mundo en mi opinión. Si hace unos años la garnacha era la uva estrella de la zona sin discusión, creo que el trabajo que se está haciendo con esta variedad da una vuelta de tuerca más a esta región de Tarragona. Quizás sea mucho más sencillo encontrar buenas garnachas prácticamente por todo el mundo que cariñenas, y es por esto que el Priorat se vuelve mucho más especial cuando se trabaja con esta uva. En todo caso, opiniones aparte, con este vino queda claro que la combinación de licorella y cariñena da uno de los vinos mediterráneos más especiales.
Este vino representa el vino de pueblo de la bodega. No obstante se habla que Porrera es la zona más «fría» de la comarca, cosa que otra vez beneficia a esta variedad que aquí se hace escoltar por la garnacha. Ambas dos de viñedos centenarios que se crían en fudres del 3000 y 2000 litros respectivamente para dar lugar a un vino intenso pero fino y muy profundo. La añada 2016 nos «regala» 15,5%, que afortunadamente no se notan para nada en el trago. Miles de hierbas mediterráneas explotan en la boca junto a las cerezas más dulces y una sutil mineralidad que habla de la zona. Cada vez vinos más finos, definidos e interesantes.
ESPAÑA. Valencia. La mujer caballo verde 2017, Filoxera y Cia.
Si decimos mediterráneo, decimos Valencia. Y si decimos Valencia decimos Fontanars del Alforins. Aparte de ser conocido por la cárcel, que se ve desde la carretera, dicen que hasta antes de la posguerra prácticamente cada casa tenía su propio vino. Sin duda hay tradición, y mucha personalidad, en esta tierra. Un puñado de variedades locales, que hasta el winelover más empollón desconocía hasta hace poco, hacen más que interesante el trabajo de las pocas bodegas que quedan en este pueblo y sus colindantes como Font de la Figuera.
Clima mediterráneo con cierta frescura, a caballo entre el secano de la vecina Mancha, y el templado mar que empuja la brisa hasta aquí. Suelos de arena y una relativa altitud. Perfecto para el viñedo. Esto ya lo sabían en Filoxera y Cia. Pilar, Josep y Joan que, nacidos y criados en el pueblo, están poniendo en valor ese patrimonio cultural e histórico. Bodega artesanal ejemplificando el auténtico concepto de la casa de campo. Vivir, dormir, comer y beber en la misma finca. Puro romanticismo.
Y así son ellos, puros románticos que están recuperando variedades olvidadas y de pura estirpe mediterránea, como la que hoy nos ocupa: Ullet de perdiu (ojo de perdiz) Una variedad de gran acidez, de maduración temprana, tánica. Hasta dónde se puede llevar la variedad es algo que ni ellos mismos saben y vamos a ir descubriendo todos juntos poco a poco.
El vino es criado 8 meses en barricas usadas. A mi personalmente me recuerda a una nebbiolo madura con sus notas de licor de cerezas y cueros acompañados por una acidez que compensa todo el conjunto. No puedo dejar de olerlo. Sin duda uno de esos vinos mediterráneos para comer. Compra dos botellas, una para beber y otra par guardar. Auguro sorpresas.
Foto de portada: Unsplash
Muy buenos vinos!!
Muchas gracias por el comentario, abrazo!